Llamé a mi amigo Sebastián Hernández, médico internista, para saber cómo estaba viviendo esta situación. Entre sus historias de lo que él consideraba un trato inhumano con los enfermos, me regaló una reflexión que nunca olvidaré: “José Luis, la enfermedad que más mata no es el cáncer, ni un virus… es la tristeza”. 

Cuenta Stephen Covey en su famoso libro “los 7 hábitos de la gente altamente efectiva” que el ser humano está compuesto por cuatro dimensiones, a saber: La física, la mental, la social y la espiritual.

Si pudiéramos medir, como sociedad, cual de estas cuatro patas era la que más peso tenía en nuestra sociedad pre-coronavirus, en mi opinión la parte social, al menos en España, era la preponderante, con permiso del culto al cuerpo tan extendido en los últimos tiempos. Y qué casualidad que llega este maldito virus y nos impide el contacto físico y afectivo.

La dimensión mental y la espiritual que requieren de tiempo y quietud posiblemente se han visto beneficiadas en esta época, pero de ellas me ocuparé en futuros artículos. Es cierto que la parte física también se ha visto afectada, pero ante esa dificultad muchos se han buscado sus trucos para ejercitarse en casa, para comer mejor y más sano e incluso para procurar descanso de calidad.

Pero la gran perjudicada, sin duda, ha sido la dimensión social, directamente relacionada con nuestras emociones y nuestra necesidad de afecto. Y es esta parte social una necesidad del ser humano que si se olvida, hace que nuestro sistema inmunitario se debilite hasta tal punto que nuestra salud y hasta nuestra propia vida estén expuestas a un alto riesgo como me comentaba Sebas y como ya a mediados del S.XX demostraron algunos experimentos como los del profesor Harry Harlow.

Todos sabemos de personas mayores que viven solas y que ante esta situación han sufrido lo más duro de la soledad. Días y días, horas y más horas viendo el reloj pasar sin contacto humano.

Y es que ante la posibilidad de morir, no se nos debe olvidar vivir. Cada día, cada instante es una oportunidad para demostrarte, y demostrar a los que tienes a tu alrededor que estas vivo. Con una llamada, con una video-llamada o regalando tu tiempo, con tu presencia auténtica y sin prisa, con las medidas de seguridad necesarias. Dando lo mejor de ti y haciendo de ese instante algo único.

Y ahora te toca pensar un poco… te invito a que te respondas:

  • ¿Quién necesita de tu tiempo?
  • ¿Qué calidad entregas en el tiempo que dedicas a otros?
  • ¿Qué diferencia quieres regalar entre cómo se siente y cómo se sentirá esa persona en que estás pensando en tu próxima visita o llamada?

Dedico este artículo a mi buen amigo Sebastián Hernándezpor la calidad de nuestros encuentros y su entrega auténtica.