Un hombre decidió visitar a un maestro para rogarle que lo aceptara como discípulo. Cuando llegó a su casa, fue recibido por el asistente del mentor, que le dijo:
·         El maestro me ha pedido que contestes a las preguntas que hay en esta lista, de acuerdo a tus conocimientos.
Como el visitante era un hombre muy instruido, respondió a las preguntas con facilidad, sin que ninguna le resultase demasiado complicada. Terminado de responder el cuestionario, el asistente salió de la estancia. Una hora después regresó y dijo:
·         El maestro me ha pedido que te comunique que has demostrado una gran erudición y que por ese motivo te aceptará como discípulo dentro de un año.
El hombre se sintió muy halagado, pero un poco triste porque faltaba un año para ser enseñado por el maestro. Dijo:
·         Pero si he contestado acertadamente a todas las preguntas y he de regresar dentro de un año, ¿cuál hubiera sido el plazo de no haber respondido correctamente?
·         ¡Ah! En ese caso –repuso el asistente-, el maestro te habría aceptado hoy mismo como discípulo; pero es obvio que necesitas al menos un año para liberarte de la carga de muchos conocimientos inútiles que llevas contigo.
Tantas cosas hemos introducido en una maleta para emprender un viaje, que al final nos damos cuenta de que no nos caben las verdaderamente esenciales. Entonces no le queda a uno más remedio que hacer limpieza y dejar fuera todo lo accesorio. La mente tiene mucho que arrojar por la borda, para recuperar su brillo y su prístina pureza. No es fácil deshacerse de muchas cosas a las que nos aferramos y que, sin embargo, no hacen otra cosa que distorsionar la mente y mermar sus capacidades.

Descubrí no hace mucho, una frase que me gustaría compartir. El autor, John Holt, trataba de explicar por qué fallan los niños y dice así:

Destruimos esa capacidad, sobre todo, metiéndoles miedo: miedo a no cumplir con lo que otros esperan de ellos, a desagradar, a cometer equivocaciones, a fracasar y a ser malos. Así conseguimos que no se atrevan a correr riesgos, que no hagan experimentos, que no se aventuren en lo dificil y lo desconocido(…); usamos esos temores para manipularlos y para conseguir que hagan lo que nosotros queremos (…) y nos parece ideal el niño “bueno”, que es el que tiene tanto miedo de nosotros que hará siempre todo lo que queramos, sin darnos a entender nunca que es el miedo que nos tiene lo que le fuerza a hacerlo.
Quiero dedicar este artículo a Miguel Ángel Zafrilla, buen amigo y mejor padre, quien me enseñó el vídeo que a continuación comparto.